William Faulkner: Absalom, absalom!
Sé   de dos tipos de escritor: el hombre cuya central ansiedad son los procedimientos   verbales; el hombre cuya central ansiedad son las pasiones y trabajos del hombre.   Al primero lo suelen denigrar con el mote de «bizantino» y exaltar   con el nombre de «artista puro». El otro, más feliz, conoce   los epítetos laudatorios «profundo», «humano»,   «profundamente humano» y el halagüeño vituperio de «bárbaro».   El primero es Swinburne o Mallarmé; el segundo, Céline o Theodore   Dreiser. Otros, excepcionales, ejercen las virtudes y los goces de ambas categorías.   Victor Hugo anota que Shakespeare contiene a Góngora; podemos observar   que también contiene a Dostoievski... Entre los grandes novelistas, Joseph   Conrad fue acaso el último a quien le interesaron por igual los procedimientos de la novela, y el destino y   el carácter de las personas. El último, hasta la aparición   tremenda de Faulkner.
Faulkner     gusta de exponer la novela a través de los  personajes. El método     no es absolutamente original -El  anillo y el libro de Robert Browning     (1868) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y de     diez almas-,  pero Faulkner le infunde una intensidad que es casi      intolerable. Una infinita descomposición, una infinita y  negra     carnalidad hay en este libro de Faulkner. El teatro es  el estado de Mississippi:     los héroes, hombres  desintegrados por la envidia, por el alcohol,     por la soledad,  por las erosiones del odio. 
  
  ¡Absalón, Absalón! es equiparable a El sonido y la furia.      No sé de un elogio mayor. 
[22     de enero de 1937]